viernes, 27 de junio de 2008

Número Privado

Por Tomás Lobo

Otra vez en casa. Siempre desordenada, sucia, con ese olor a cerrado que te quita las fuerzas de abrir las ventanas. Me meto los dedos y vomito en el váter la borrachera de hoy, de ayer y de antesdeayer. Abrazado al inodoro, escucho el móvil. Que le follen. No es momento. Ya llamaré luego. En el espejo veo rasgos de mí, recortados entre las manchas de pasta de dientes, difuminados entre las gotas de cal. El pelo me ha crecido demasiado. La barba también. Los ojos parecen sombras de tiza gris, abrumados por haber pasado demasiado tiempo solos. Tengo la boca pastosa y suena música en el piso de al lado. Ojalá estuviera muerto.
Número privado. Es la única señal que me ha dejado la llamada perdida. ¿Quién será? ¿Mi madre? ¿Mi ex novia? ¿Carlos? Escucho el mensaje: “Tiene un mensaje nuevo. Mensaje de hoy a las tres quince. No soy tu madre, ni tu ex, ni Carlos. Sabes que hace ya tiempo que no te llaman. Te odian. La próxima vez que llame, coge el teléfono, imbécil. Fin del mensaje”. Cuelgo el móvil y lo tiro sobre la cama. ¿Qué cojones…? ¿Quién hostias era…? Debía de ser una broma. No sabría decir si era una voz de hombre o de mujer, parecía metálica, como si fuera de un contestador automático. Número privado, número privado… Será Paco, el del trabajo, que querrá gastarme una broma. Sí, seguro, será una broma. Enciendo un cigarrillo. Mi madre no me odia. Hace dos años que no hablamos, pero no me odia. Una madre nunca odiaría a su hijo. Mi ex, igual, pero una madre no hace eso. A Carlos, que le jodan. Un amigo debería perdonarlo todo. Si no, no es un amigo. Me sirvo una copa. Suena el móvil. Número privado.

-¿Sí?
-Así me gusta, no debes hacerme esperar. Que sea la última vez que no me coges el teléfono.
-¿Quién es…?
-Eso a ti no te importa. Pero para tu tranquilidad, no soy Paco. Hace ya año y medio que te despidió, imbécil, y ni siquiera se acuerda de tu nombre.
-¿Pero tú qué sabes de mí?
-Lo sé todo.
-¿Quién eres…?
-¿Por qué repites la misma pregunta todo el tiempo? ¿No te he dicho que eso a ti no te importa?
-Que te jodan…

Cuelgo el móvil. ¿Qué es esto? He bebido demasiado. Eso será. Estoy alucinando. Debo descansar un poco. Me tiro en la cama y me enciendo otro cigarrillo. Será una paranoia, seguro. Desde que perdí el empleo, bebo sin parar. Los del piso de al lado han apagado la música y a mí me sigue zumbando la cabeza. Suena el móvil. Número privado.

-¿Qué?
-Menos mal que ya no hay música. Podemos hablar con más tranquilidad.
-Esto es una locura...
-Ya empiezas con las estupideces. Siempre negando lo que te pasa, incapaz de asumir tus culpas. De niño ya eras así. Cobarde, miserable, el niño que pegaba al tonto de la clase pero que era incapaz de encararse a los más fuertes. Un mierda. Siempre has sido un mierda...
-Qué dices…
-Digo la verdad. Y, por favor, deja de rascarte la cabeza cuando te hablo. Me pones nervioso.
-¿Cómo sabes que me estoy rascando la cabeza? ¿Me has puesto cámaras?
-Siempre haciendo preguntas idiotas. Siempre esa falta de creatividad. Por eso te echaron del trabajo, porque eras incapaz de hacer nada, de superarte, de mejorar. Eras un miserable. Por favor, no mires a través de la ventana. No podría espiarte desde el piso de enfrente. Tienes las cortinas echadas.
-¿Dónde estás?
-Otra vez preguntando. Eso carece de importancia. Escúchame y deja de decir tonterías.

Cuelgo de nuevo. Miro el origen de la llamada. Número privado. Esto no es una paranoia. Esto es real. ¿Quién es ese cabrón? Estoy sudando, pero tengo frío. Yo era creativo. Siempre lo fui. Al menos lo era al principio. Y nunca pegué a los niños del colegio. Creo que no. En el baño no hay nadie, ni en la cocina. Suena el móvil. Número privado.

-Sí…
-Veo que sigues engañándote. Yo era creativo, yo no pegaba a los niños… Siempre engañándote. Siempre un cobarde.
-¿Cómo sabes lo que estaba pensando?
-Siempre con preguntas, siempre con preguntas, siempre dando rodeos para no asumir lo que eres. Pero a lo que iba. Hace unos minutos querías morir.
-Yo no quiero morir.
-Sí que quieres morir. Lo has pensado. Lo que tienes que hacer es asumir que ya eres un cadáver, que tu vida no vale ni un segundo más de esfuerzo, que eres un fracaso, que no tienes a nadie. Mírate. No vales nada. Eres demasiado cobarde para darte cuenta rápido, pero es necesario que te apresures, que tengo otras cosas que hacer.
-Yo no soy un cobarde…
-Sí lo eres. ¿Qué haces detrás de las cortinas? ¿No ves que te puedo disparar desde el piso de al lado? ¿Y ahora por qué corres hacia el armario? No te metas en el armario, imbécil.

Me echo a llorar. El armario está lleno de ropa sucia. Las lágrimas se mezclan con el sudor y me escuecen los ojos. ¿Soy un fracasado? Sí, lo soy. Estoy solo, no tengo dinero y tengo un loco que me quiere matar. Pues que me mate. Me importa una mierda. No puedo respirar bien en el armario. Tengo el teléfono entre las manos y él está ahí. Lo acerco a mi oído.

-Sal del armario. Eres como tu madre. Bueno, eres peor que tu madre. Ella fue más valiente, cuando se tiró a las vías del tren fue más decidida. También ella tenía motivos para morir. Odiaba a su hijo…
-¿Mi madre? ¿Muerta?
-Sí, muerta, sí… Todo lo preguntas, todo lo repites. Nunca buscas una solución, una salida. Estás en un armario… ¿No te das cuenta de que eres patético?
-¿Mi madre muerta?
-Sí, tu madre. Pero no sientas pena. Te odiaba y tú sabes por qué. Así que no llores lo que no sientes.
-¿Quién eres tú?

De repente, corta la comunicación. Bebo un trago. Miró a través de la ventana y no veo luces en el piso de enfrente. No quiero dormir porque no quiero despertar. Maldita sea. Mañana me levantaré, desayunaré y me tomaré la copa. Después me tomaré otra. Me arrastraré hasta la noche para abrazarme al váter y arrojar mis entrañas por las cañerías, hasta estar vacío. Se me caerán los ojos. Me abrazaré y esperaré no despertar nunca. Pero abriré los párpados aplastados por el sol. Y volveré a empezar, a caminar por el bordillo de la acera hasta la alcantarilla, a esperar que una caída me deje seco. Pero no me dejará seco. Suena el móvil. Número privado.

-¿Qué debo hacer?
-Abre el cajón de tu mesilla.

Obedezco. Hay una pistola. Las lágrimas me escuecen cuando me meto el cañón en la boca. No soy un cobarde.

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